domingo, agosto 26, 2007

Cuando está oscuro, todo empieza a verse más claro


Lágrimas, dolor, tristeza, lamentos, depresión......son muchas cosas grises las que nos dejó el terremoto ocurrido en Pisco hace 10 días. Es momento de reflexionar, de ayudar, de volver a empezar. Desde esa fría tarde de invierno en la que estaba esperando a mi amiga en su trabajo para tomarnos un café cuando las veredas y pistas se convirtieron en olas de cemento, cuando todos los teléfonos dejaron de funcionar, cuando el pánico se hizo presente a nuestro alrededor, los días no volvieron a ser los mismos. Durante cinco días estuvimos viviendo repeticiones de aquel 15 de agosto pero con intensidades que no superaban los 5 grados. Sin embargo, el miedo que anidaba en nuestra sociedad permanece aún latente, en nuestra psiquis, en nuestro entorno público y privado, en nuestros pensamientos, coadyuvado por las especulaciones que hablan de futuros terremotos que nos esperan.

Pero lo que resalta en medio de esta situación, no es la desgracia en que quedó el pueblo pisqueño, chinchano, y demás lugares como aquel Huaytara recurrente en la boca de mi familia y que ya no conoceré de la forma en que ellos lo hicieron. Lo sorprendente de este escenario de angustia es que el hombre, conocedor de su propia fragilidad frente a este tipo de fenómenos de la naturaleza, no se da por vencido y resurge entre las cenizas como un ave fénix. Y que mejor formar de resurgir que a través de la solidaridad humana, donde todos nos hacemos uno y convertimos una gran fuerza en acción. La mañana siguiente del terremoto, juntamos dinero en mi trabajo y fui a comprar todo lo que necesitara la gente afectada en el sur del país. Fui testigo de como dos de los principales supermercados de San Isidro estaban repletos de gente que no hacía más que comprar y comprar todo lo que pudiera para aliviar las penas de quienes en ese momento más lo necesitaban. Di vueltas y vueltas sin encontrar una botella de agua, vi gente llevando conservas de pescado y leche en abundantes cantidades, pañales, carpas y de pronto me di cuenta que mi carrito de compras y yo no estábamos solos.

Es indescriptible la sensación que se vive en esas circunstancias, al ser testigo y parte de la más pura manifestación del hombre, el amor hacia su prójimo. Y entonces, cuando uno cree que no va a aguantar, que no va a poder, reconforta saber que en la oscuridad empiezas a ver todo claramente y descubres que allí están los brazos, dispuestos a remar el barco contigo.